Ilustración. DDC.-

‘Para Raúl esto es un asunto que deben resolver, otra vez, los gringos. Pienso que, probablemente, se lo resolverán.’

ANDRÉS REYNALDO, Miami 

Hay quien dice que el coronavirus puede acabar por llevarse el castrismo. Mi optimismo no da para tanto. Ya he sudado esa ilusión otras veces. Apostaría a que ahora, también, la dictadura tiene un plan. Eso sí, la coyuntura dejará a los cubanos en la Isla un paso más adelante (quizás mucho más de un paso) en el camino de su autodestrucción. El coronavirus como otra fase superior del castrismo.

El jueves 6 de marzo, cuando el Consejo de Ministros celebró su primera conferencia regional sobre la plaga, todavía no se había reportado el primer caso. Observamos en estas páginas la extrañeza de que esta inicial conferencia no comenzara por La Habana y/o Santiago, principales centros de población.

Bien, el 11 de marzo se anunciaba que tres de cuatro turistas aislados habían dado positivo. ¿Aislados desde cuándo? Los contagiados, llevados al Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, venían de Sancti Spiritus. Un día después, el cuarto caso fue confirmado en Santa Clara; primer cubano.

Para el 13 de marzo, cuatro personas estaban en observación en Las Tunas: una procedente de Italia, una cubanoamericana y dos sin identificar. (¿Habrá arribado la cubanoamericana a las tierras del jabón y el hand sanitizer?) El 14 de marzo, llegaban a 17 las personas bajo vigilancia en la provincia de Villa Clara. Al cierre de esta columna, la dictadura cuadra la cuenta en 21 contagiados, un muerto de nacionalidad italiana.

Pudiéramos decir que llegó el virus chino y mandó a parar. Pero no. Lejos de tocar alerta, el Ministerio de Turismo invitó durante días a los extranjeros a visitar la Isla. Aseguraba que el país tiene “un sistema de salud fuerte y trabajadores preparados. No solo los del turismo, también los cuentapropistas”. Un mensaje para italianos, españoles, canadienses y otros viajeros sedientos de sexo joven, barato y apenas fiscalizado por las autoridades: “Aquí todavía se tiempla”. Ayer, al final, cerraron la entrada al turismo.

Como es habitual, realidad y dictadura se manifiestan en opuestas dimensiones. Los niños en clases, las colas para conseguir el pan rápido y ácido de los prisioneros, el hacinamiento del transporte, cuando hay transporte. Sobre todo, la obligada igualdad en la propagación. De nada vale a los padres procurar mascarillas para sus hijos. Vimos en las redes la respuesta de una maestra a una madre. Si el Estado no entrega mascarillas para todos, su hijo tiene que respirar el aire de la revolución. Dicho, además, en ese tono tajante, impaciente, tan del cubano de hoy, que no desperdicia ocasión de ejercer su coyuntural parcelita de poder.

Históricamente, el castrismo ha aprovechado sus crisis internas para reacomodar sus relaciones con EEUU. No es que haya sido precisamente un talento de Fidel. Es un defecto en la naturaleza de la relación que los americanos no pueden corregir sin emplear la fuerza. En la lógica castrista, a mayor grado de crisis mejores oportunidades de reacomodo. También está en la naturaleza de las relaciones en ambas riberas del río Bravo. Ha comenzado a ensayar el coro para que se le condone la deuda a los países latinoamericanos.

Para Raúl esto es un asunto que deben resolver, otra vez, los gringos. Pienso que, probablemente, se lo resolverán. En estas circunstancias, con La Florida en toque de queda, el descenso en el caos de 11 millones de cubanos a 90 millas es como para quitarle el sueño al presidente Donald Trump.

Dos poderosos factores reforzarían este argumento. Primero, la certeza en Washington de que a los líderes cubanos, al fin y al cabo, no les importa agravar indefinidamente el sufrimiento de su propia gente. Luego, la presión de los cubanoamericanos preocupados por sus familiares, así como de aquellos de nuestros compatriotas que necesitan satisfacer su identidad con una esporádica inmersión en la esclavitud.

A las puertas de esta catástrofe, lo que vaya en pérdida para el pueblo redundadará en ganancia de la dictadura. Vivir para ver.