“En mis tiempos se competía para ver cuál CDR hacía la mejor caldosa. Claro, estaba esta crisis. Mira, hija, la verdad es que Cuba no está pa´ fiesta”

 

—A las siete en punto de la tarde Eliecer Basurto maldijo a la virgen, a dios, al diablo y a todos los astros del firmamento. Un aguacero torrencial, de los que llegan sin anunciarse, le estropeó de sopetón la hoguera que llevaba más de media hora tratando de abrasar. “Esto se jodió”, dijo volviéndose a su mujer que había protegido bajo techo, minutos antes, la caldera de viandas peladas para la fiesta del CDR.  “Aquí dentro ni se te ocurra”, ripostó ella. “Mira a ver si a Osmaida le queda gas”, propuso.

Hace más de una semana que el presidente de la zona había pedido casa por casa la suma de 20 pesos para comprar un racimo de plátano, dos o tres libras de boniato, algunas yucas y una cabeza de cerdo para “darle sustancia” al caldo del 27 de septiembre. La leña, extraída de mesas y puertas viejas, picadas de comején, las dispusieron sobre dos raíles desde las cuatro de la tarde en pleno pavimento, entorpeciendo el tránsito de una de las calles más céntricas de Santa Clara. “Yo les dije que había unas nubes, pero no me hicieron caso. Ahora, que sea lo que sea”, continuó Eliecer, que anda descamisado, apestando a humareda y que decide pegarse un doble de ron Decano para aliviar su estrés.

En el mismo portal de su casa hay guarecidos otros cuatro “cederistas” que habían colaborado con sal, ajo y otras especies para la caldosa. “Ni este año ni el pasado nos dieron nada de viandas y con lo caras que están, si las encuentras”, comenta Osmaida Cárdenas, la única que parece tener gas licuado disponible para ablandar tamaña mollera de cerdo sumergida entre abundantes pedazos de plátano verde. “El presidente compró esta carne a dos pesos la libra y nada más le asignaron dos pepinos de ron y dos litros de vino prieto. Con la cantidad de hombres borrachos que hay en esta cuadra, el ron no llega a las ocho de la noche. Las fiestas de antes eran otra cosa, hasta te daban un cake por cuadra. Ahora todo esto se hace a pulmón, y porque hay que hacerlo, casi obligado, para quedar bien, vaya”.

Horas antes de que al aguacero inundara las calles de Santa Clara y arruinara cuanto preparativo pudiera existir para la tradicional fiesta de los CDR, se advertían poquísimas zonas en las que, verdaderamente, hubiera mesas dispuestas en las aceras o algún ajetreo alegórico a la supuesta celebración que data desde los años sesenta en Cuba.  Ruth Machado Padrón, a sus casi 78 años, recuerda con exactitud cuando la nombraron presidenta de su circunscripción a principios de 1985. Trabajaba, en aquel entonces, en la textilera de Santa Clara y solía regresar bastante tarde para atender a sus tres hijos y prepararlos para la escuela al día siguiente.

“Eran otros tiempos, había ilusión. Yo me sentía con responsabilidad, como si me hubieran dado la tarea más grande del mundo. Después, me di cuenta que aquello me robaba mucho tiempo y lo dejé. Cuando eso no había que estar detrás de la gente para que te hicieran la guardia, ahora no se hace nada. No tenemos ni presidente, porque nadie quiere asumir. Aquí mismo, la gente no viene a la fiesta, hay que estar cayéndoles atrás para que te den cinco pesos”, narra la anciana, hoy sentada en la acera de su casa en espera que le traigan un vaso con caldosa porque “los 27 de septiembre no se hace comida”, asegura ella.

En la cuadra de Ruth no adornaron los postes con cadenetas, ni enlazaron hojas de palmas de arecas a las rejas de las casas como antes se acostumbraba. “La gente tiene muchos problemas para andar en esto. Nadie quiere tampoco sacar sus equipos para poner música. El que trabaja y llega tarde lo que quiere es acostarse a dormir. Además, hay vecinos que ni se hablan entre ellos”.

En el centro de la ciudad de Santa Clara hay calderos oxidados que cuecen las viandas dispuestos junto a bolsas de basura provenientes de los propios hogares. Quedan en las aceras cortezas y otras sobras inmundas que nadie se digna a recoger. No se escucha música alguna ni algarabía posible entre los vecinos de la zona más cosmopolita. Dentro de una de las cacerolas de un barrio periférico, los vecinos zambullen orejas, huesos y pedazos de piel de cerdo con vellosidades incrustadas, tapan las brasas con planchas de acero para evitar que la lluvia les arruine el cocido.

“Eso no me lo como ni muerta”, se escucha decir a una señora que avista de lejos la actividad, sin inmiscuirse en los preparativos. “Es que ya yo cociné lo que me iba a comer, no estoy tan muerta de hambre para andar mendigando un plato de caldosa. Yo no di nada porque no quise. No estoy para eso. Además, no me voy a perder la novela para andar sentada ahí y que me piquen los mosquitos”, dice.

“¿Fiesta, qué fiesta?”, cuestiona Esther Acosta, que no teme a dar su nombre y que asegura que, en su zona, en el reparto Virginia, hace muchos años que no se hace “nada de nada”. “Los jóvenes se han ido, los viejos tenemos muchos problemas. En mis tiempos hasta se competía para ver cuál CDR hacía la mejor caldosa o adornaba la cuadra con más cadenetas. Claro, no se estaba pasando esta crisis que hay ahora. Mira, hija, la verdad es que Cuba no está pa´ fiesta”.

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Laura Rodríguez Fuentes, VILLA CLARA, Cuba.-