Berta Soler y otras Damas de Blanco son reprimidas por fuerzas de la seguridad / Archivo.-
En Cuba la mujer resulta pedestal para sujetar, enaltecer, el discurso oficial. Ellas sirven para que el gobierno se jacte de su empeño legitimador
—En Cuba hay muchas mujeres cantadas, quizá entre las más sonadas estén la Longina seductora, la flor primaveral; también podría ser la Yolanda de Pablo Milanés o el montón de mujeres que estremecieron a Silvio Rodríguez, esas de fuego y también de nieve. En Cuba la mujer recibe con frecuencia la venia de los cantantes, la venia de los amantes y hasta del gobierno. Este último privilegia, por sobre todas las cosas, a esas mujeres que considera heroínas, y entre ellas están las que subieron a la sierra para hacer la guerra.
La mujer que es “heroína del trabajo” termina siendo venerada y distinguida, se le menciona a toda hora y se le cuelgan medallas en el pecho y ditirambos en la prensa. En Cuba la mujer más adorada es esa que hizo o hace “revolución”. ¿Quién no conoce en Cuba esa foto en la que aparecen, tras las rejas, Melba Hernández y Haydee Santamaría después del asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba? ¿Quién no escuchó hablar en esta isla de Las Marianas y de Teté Puebla? Existe una Cuba que presume de mujeres “gloriosas”, que siempre son las que cargaron un fusil para disparar luego, para matar todavía.
Y la lista puede hacerse larga, interminable, al menos en los discursos en los que se exalta la figura de las médicas internacionalistas, de las combatientes en África o las macheteras millonarias, de las asociadas con Vilma Espín, con las Marielas que defienden causas que le son ajenas pero que se hacen visibles en extremo. En Cuba la mujer resulta pedestal para sujetar, enaltecer, el discurso oficial. Ellas sirven para que el gobierno se jacte de su empeño legitimador, de la conveniente visibilidad que les propicia.
Los comunistas cubanos se llenan la boca con las proezas deportivas de algunas mujeres que parió la isla. Resulta que ellas fuera útiles y sirven todavía al discurso oficial. Ahí están las Morenas del Caribe que recibieron el balón y que luego remataron para dedicar las medallas al gobierno “revolucionario”, a Fidel Castro, y no a la proeza deportiva. La “revolución” se “estremeció con un montón de mujeres” que fueron ventajosas para su discurso. La revolución se apoya lo mismo en Haila que en Alicia Alonso, en la científica y en la machetera, si es que son capaces de servirla sin reparos.
La “revolución” se jacta de las bondades que dedica a sus féminas sin que mencione jamás a las prostitutas, a esas mujeres que por hambre se hicieron “jineteras”, pero las que menos le sirven son las que se le oponen. Esas conocen bien la furia comunista, y quién lo dude que indague con cualquiera de las Damas de Blanco, con las que son nómina de un partido opositor al gobierno, con las periodistas independientes. Quien lo dude que le pregunte a Ana León, quien se formó como historiadora de Arte y ejerció como docente en la universidad, quien dude que le pregunte cuántas veces le impidieron hasta hoy salir de la isla a esa Ana que es ahora periodista independiente.
Quien lo dude que pregunte, que averigüe quién es Camila Acosta, esa joven e inteligente muchacha formada en la universidad como periodista, esa muchacha que en muy poco rebasa los veinte años, y que ya sufre el oprobio que le dedica el gobierno cubano y todo su aparato represor. A Camila la vigilan en su casa, el gobierno comunista paga a un hombre para que se aposte en las afueras de su casa, para que le impida salir y si se atreve a hacerlo deberá seguirla, vigilarla, acosarla, y encerrarla si es preciso. A Camila le revisan su equipaje al regreso de un viaje y le impiden emprender el siguiente.
Camila Acosta tiene que soportar que hociqueen en su equipaje y en su vida, que saquen lo que les dé la gana, que la mortifiquen a ella y que preocupen a su familia para que termine persuadiéndola. A Camila la obligan a asistir a una estación de policías, como tuvo que hacer este martes. Y ella fue, ella llegó hasta Zapata y C para encontrarse con esos sátrapas que la vigilan, que la acosan, que la intimidad, que pretenden amedrentarla para que desista, para que abandone el empeño que ocupa su muy vital juventud y que la lleva a denunciar los enojos del gobierno y sus atrocidades.
Camila Acosta podría estar ahora “tranquila” y haciendo periodismo en un canal de televisión, en un órgano de prensa comunista. Ella podría estar haciendo loas al gobierno, diciendo mentiras y tranquila, alejada de todo acoso, sin dar preocupaciones a la familia, sin sentirse vigilada, pero esta joven no es calmosa, no es miedosa, no es de esas cobardes que se contentan con el “silencio” que el gobierno reclama a sus jóvenes. Camila Acosta es una mujer valiente, y se arriesga, y apuesta por hacer visibles las verdades, que para eso se hizo periodista, que para eso se comprometió, mientras estudiaba, con las libertades, con la realidad.
Ella decidió que no iba a comulgar con el discurso laudatorio que exige el gobierno, ella apostó por la verdad, aunque los suyos se asusten y recomienden la “cordura”, pero sucede que para Camila el periodismo no se hace con miedo y mucho menos con prudencia. Esta muchacha reconoce que la verdad necesita de ella, que Cuba precisa de todos, aunque muchos se nieguen a esos reclamos que hace la verdad de cada día. Camila sabe que seguirá siendo vigilada, que “pincharán” su teléfono, que espiarán sus conversaciones, que el vecino que da los buenos días con afecto puede ser un delator, un mal cubano, un cobardón.
En esas fotos en las que se le ve de espaldas, caminando hacia la estación de policía, se podría intuir el sobresalto de quien va a enfrentar al enemigo cruel y poderoso, a ese que podría, con solo levantar un dedo, ponerla en la cárcel, como están haciendo con muchos. En esas instantáneas se le ve caminando para enfrentar al enemigo, a esos que le impiden viajar y que podrían hacerlo una y otra vez, pero tengo la certeza de que haciendo el camino de vuelta se sintió más fuerte, aunque por un rato la asistiera el miedo al encierro.
Me gusta imaginar a esos sátrapas que la conminaron a hacer el viaje hasta la estación, a quienes intentaron, intentarán muchas veces, amedrentarla sin que lo consigan. Quiero imaginar a algún cantor que mire esas imágenes de la Camila que va al encuentro de los jenízaros que intentan castigarla y le canta unos versos, y quizá un pintor fija en alguna tela su osadía. Sin dudas esas fotos de Melba Hernández y Haydee Santamaría siempre serán parte de la historia cubana, pero también las imágenes de esa Camila que va a encontrase con sus verdugos será parte de la historia cubana, aunque no sean nítidas, aunque de espaldas no se perciba el dolor, pero se intuya. Camila Acosta, Ana León, Berta Soler, lo quieran o no los comunistas, son también parte de la historia cubana, y ellos serán fijados como acosadores, abusadores, como los peores sátrapas. Cuba es esa Camila que hace el camino para encontrarse con sus represores, para enfrentarlos.