Cola para transporte en Cuba (toma de pantalla).-

 

 

Ya algunos hablan de reparar las bicicletas y prepararse para un escenario en el cual jueguen un papel primordial las soluciones individuales

 

 

— “La felicidad en casa del pobre dura poco”, asevera un refrán muy popular entre los cubanos. El año 2019 inició con una ostensible mejora en el transporte público, uno de los segmentos más sensibles por su influencia directa en la vida social y laboral del país. Las medidas de control sobre los transportistas del sector privado y la implementación de una red de taxis metropolitanos de cuatro y trece plazas para conectar los destinos más alejados en la capital, aliviaron en gran medida un problema que la sociedad cubana ha arrastrado por décadas.

Los taxis ruteros y Microtaxis -también conocidos como “Gacelas”- contribuyeron a disminuir el flujo de personal en las paradas de ómnibus a cualquier hora del día. Los precios módicos, la comodidad de los vehículos y la frecuencia con que se mantuvieron circulando al menos durante el primer semestre del año, dieron la impresión de que, en efecto, algo estaba cambiando.

Sin embargo, la reciente contracción en el suministro de combustible -fundamentalmente Diesel-, abordada por Miguel Díaz-Canel y otros ministros en la Mesa Redonda de ayer, ha provocado un violento retroceso en la calidad de los servicios del transporte público; deficiencia que se ha hecho más notable desde el comienzo del curso escolar. El problema, calificado por el mandatario como “coyuntural”, promete desaparecer hacia finales de septiembre. Pero mientras se desempolvan métodos empleados durante el Período Especial para lidiar con la crisis actual y las que se avecinan, todas las paradas de ómnibus se hallan atestadas de gente que espera por una o varias rutas durante horas.

CubaNet entrevistó a algunos ciudadanos que admitieron estar enterados de la escasez de combustible, aunque señalan otros aspectos que contribuyen a empeorar el problema. El racionamiento energético ha provocado la disminución de la cantidad de carros disponibles, recorte al que se suma la indisciplina de los choferes que no se detienen, o lo hacen fuera de las paradas reglamentarias.

Es un hábito largamente cultivado: en río revuelto, ganancia de pescadores. Los choferes aprovechan el desorden y la desesperación de la gente para recaudar mucho dinero sin cargar la totalidad de pasajeros que pagaron en medio del “sálvese quien pueda”. Los inspectores, muchos de ellos corruptos, no son asignados equitativamente a las zonas de mayor aglomeración de personal. Es común verlos en cada parada del Vedado, pero jamás entre los caldeados tumultos que acechan en las paradas de Centro Habana.

Los llamados del régimen a cooperar en la transportación de pasajeros son desoídos por los conductores de vehículos estatales, a quienes no les conviene dedicar el extra de combustible que normalmente utilizan para “resolver”, en favor de los paisanos. Los boteros, que han expresado su rechazo a cada intento de control por parte del gobierno, mantienen sus tarifas sobre la base de oferta y demanda; y al ver que la competencia por parte del Estado ha disminuido, lógicamente han comenzado a subir los precios.

Detrás de lo que se presenta como una circunstancia temporal, agravada por las indisciplinas sociales y la falta de solidaridad causada por el ingrato modo de vivir que existe en Cuba desde hace años, subyace el problema político que el régimen se esfuerza en ocultar. Díaz-Canel rechazó públicamente cualquier responsabilidad cubana en la crisis que atraviesa Venezuela; pero lo que ocurre en la nación sudamericana es tan parecido a lo que acontece en la mayor de la Antillas, y el discurso de Nicolás Maduro es tan fiel al estilo de la escuela del Partido “Ñico López”, que hasta el más crédulo de los insulares puede ver la mano del régimen detrás de la dictadura bolivariana.

La injerencia de Cuba en los asuntos internos de Venezuela ha traído inestabilidad a la región sudamericana, y mientras se mantenga tal situación no dejarán de llover las sanciones que afectarán sobre todo al pueblo cubano. “Hay que limitarse hasta finales de septiembre, pues el combustible necesario para el mes de octubre ya ha sido negociado”, aseguró Díaz-Canel, aunque no mencionó quiénes son los nuevos proveedores.

Para noviembre y diciembre no se sabe qué pasará, a pesar del optimismo con que el gobernante habló del turismo y la inversión extranjera. A lo alentador de sus palabras se contraponen la desolación apreciable en hoteles estatales y negocios privados; la presencia de un turismo escaso y de bajos recursos, y la desaparición alternada de alimentos y artículos de primera necesidad en la red de tiendas minoristas.

Por si acaso, ya algunos hablan de reparar las bicicletas y prepararse para un escenario en el cual jueguen un papel primordial las soluciones individuales, frente a un gobierno que invariablemente acude al racionamiento y la represión para paliar una “coyuntura” extendida a lo largo de sesenta años.