Eduardo Torres Cueva (Foto: Internet).-

 

 

El historiador cerró la sala infantil y juvenil con el argumento de que las bibliotecas nacionales no eran sitios para ser visitados por niños y jóvenes.

 

 

LA HABANA, Cuba. – En su edición del sábado 22 de febrero el periódico Granma dio conocer que el ministro de Cultura, Alpidio Alonso, había visitado la Biblioteca Nacional de Cuba para chequear la marcha de las obras de la que será la sala infantil y juvenil de esa institución cultural.

A cualquier persona que se hubiese ausentado de la Biblioteca durante algunos años la noticia le causaría asombro: ¿Una nueva sala infantil y juvenil para la Biblioteca Nacional? ¿Y qué se hizo la que existía allí desde la década del sesenta?

En efecto, en los primeros años de ese decenio el poeta Eliseo Diego, junto a varios colaboradores, creó en esa Biblioteca una sala para niños y jóvenes que fomentó el hábito de lectura entre ese sector poblacional. Pero no solo de la lectura, sino que ese espacio devino promotor de la cultura en general, pues florecieron allí las clases de pintura y otras manifestaciones de las artes plásticas. Además, la sala infantil y juvenil fue sede de múltiples actividades recreativas para beneplácito de los más pequeños.

Pero todo eso desapareció con el arribo del historiador Eduardo Torres Cueva a la dirección de la Biblioteca Nacional en 2007.  El historiador cerró la sala infantil y juvenil con el argumento de que las bibliotecas nacionales no eran sitios para ser visitados por niños y jóvenes, e instaló un departamento administrativo en dicho lugar. Los libros infantiles y juveniles fueron trasladados para la Casa de Cultura del municipio Plaza de la Revolución, en específico, para un local que no reunía las condiciones para la adecuada promoción de la lectura.

Por supuesto que esa decisión molestó muchísimo a los padres y familiares de los niños y jóvenes, que tenían en la Biblioteca Nacional un espacio idóneo para que sus vástagos pasaran su tiempo libre de la manera más provechosa posible.

Pero no solo la sala infantil y juvenil fue depositaria de las tristes huellas de Torres Cueva por la Biblioteca Nacional. El historiador dio “jaque mate” a los Clubes Minerva que existían en todo el país y que habían despertado el interés de los lectores interesados en acceder a varios de los best seller de la literatura universal.

Asimismo, Torres Cueva profundizó esa especie de exclusión instaurada por su predecesor, Eliades Acosta, en el sentido de limitar la mayoría de los servicios de la Biblioteca Nacional a investigadores y profesionales.

Semejante actuación del historiador hubiese merecido su democión. Enviarlo al plan pijama o a un cargo de menor responsabilidad. Pero no. El señor Eduardo Torres Cueva es un funcionario incondicional de las altas esferas del poder. Ha sido premiado con el título de “martiano mayor”, al ser nombrado director de la Oficina del Programa Martiano y presidente de la Sociedad Cultural José Martí. Además, conserva la presidencia de la Academia Cubana de la Historia y forma parte del Consejo de Estado.

Pero, ¡cuidado!  No vaya a ser que su condición de elefante en una cristalería se manifieste también en la destrucción de documentos y el legado del Apóstol. O que su desdén por las nuevas generaciones convierta a las mencionadas instituciones martianas en meros círculos de abuelos.