Jorge Olivera junto a su esposa Nancy (archivo).

 

Hagan lo que hagan, este fue el camino que escogí y no voy a dar marcha atrás. Reitero que quiero lo mejor para Cuba.

 

 

En un artículo que escribí hace pocos días, hacía referencia al asombro de no haber sido objeto de ningún acto represivo, desde nuestra llegada a Cuba, después de casi dos años, entre las universidades de Harvard y Brown.

Las sospechas de esa tregua, cuyas causas jamás conoceré, cesaron en la tarde del día señalado al comienzo del texto, frente a la casa del coordinador nacional del Comité Ciudadanos de Integración Racial (CIR), Juan Antonio Madrazo.

Allí el Club de Escritores y Artistas de Cuba (CEAC), celebraría conjuntamente con el proyecto cultural adscrito al CIR, Di.Verso, el movimiento de San Isidro y el Grupo Demóngeles, una tertulia artístico-literaria, aparatosamente abortada por un operativo dirigido por varios oficiales de la seguridad del Estado.

Los intentos de compartir en un ambiente profesional y sin censura, textos poéticos y de narrativa, performances y canciones terminaron con dos arrestos (quien suscribe y mi esposa Nancy), la intercepción de cada uno de los participantes en las inmediaciones de la casa y la orden de abandonar el lugar ipso facto.

El viaje en la patrulla terminó en la estación policial de Zapata y C, donde estuvimos detenidos por espacio de 5 horas.

Antes de ser liberados a las 7 p.m., nos entregaron dos multas, de 100 pesos cada una, por la supuesta violación del cordón de seguridad. Ni había tal cordón y no llegamos a entrar al domicilio de Madrazo, o sea que la penalidad no tiene ningún respaldo legal.

Mi esposa, tuvo que soportar una sarta de amenazas en el tiempo que duró el interrogatorio, además de fuertes cuestionamientos a la labor que realiza en defensa de los derechos de la mujer como activista independiente.

El mayor Alejandro, al parecer el cabecilla del operativo, llegó a decirle que él era Dios en la tierra, en respuesta a una frase de Nancy alusiva a la Biblia.

Considero que mi experiencia, fue menos dramática, pero no faltaron las advertencias e incluso propuestas para abrir un canal de diálogo. Algo que rechacé de plano, dejándole saber mi posición indeclinable a favor de reformas que contemplen la institucionalidad democrática, la descentralización económica y el cese de la jerarquía del partido comunista.

A modo de continuidad a los atropellos perpetrados el día 14, el domingo 17 nos imponen la prohibición de salir a la calle.

Otra vez el mayor Alejandro, aparece en escena, para comunicarme la restricción.

El viaje a la panadería, lo tuve que realizar escoltado por un policía uniformado.

A medianoche nos retiran el cerco. Demasiado tarde para hacer las gestiones personales que tenía previstas.

El oficial no me quiso explicar los motivos de la acción represiva. Sé que fue por la finalmente malograda protesta de los jóvenes afectados con la supresión de la red inalámbrica Snet. Estaban muy preocupados con la que sería la segunda manifestación pública frente al Ministerio de Comunicaciones.

En realidad, ellos sabían que yo no asistiría como periodista a cubrir el evento, pero de todas maneras me anotaron en la lista negra.

Así me enviaban otro mensaje intimidatorio o no sé qué otra cosa pretendían lograr. Hagan lo que hagan, este fue el camino que escogí y no voy a dar marcha atrás. Reitero que quiero lo mejor para Cuba. Me importa un bledo lo que digan y las represalias que se maquinan en las oficinas del MININT.

Siento una enorme satisfacción por la postura asumida desde marzo de 1993.

Si muero por causas asociadas a algunas de las acciones punitivas, me iría de este mundo, en paz y con la alegría de haberme decidido a cortar las amarras de la doble moral y de los miedos que paralizan.

No nací para ser esclavo de una élite de poder corrupta, inepta y explotadora. El silencio no va conmigo.